Un hombre que entregó su vida a una causa ahora es abandonado —si no pisoteado— por muchos que solo llegaron a donde llegaron gracias a él. Políticos que ahora evitan siquiera mencionar su nombre. La usaron, la explotaron y, cuando se dieron cuenta de que ya no les convenía, intentaron deshacerse de ella como si fuera basura. Ni siquiera merecen un apretón de manos, y mucho menos una amistad o un voto. Y no es difícil identificarlos: basta con mirar sus publicaciones calculadas, sus "discursos superiores e independientes y la autopromoción exclusiva de sus obras "bellas" e "intelectuales". La buena gente —no los oportunistas de la ocasión— sabe reconocer quién tiene un bando, quién tiene historia y quién tiene valor. La justicia del pueblo es silenciosa pero implacable. Lo "permitido", lo "limpio" y lo disimulado nunca han estado tan expuestos. Todo el país está mirando.